sábado, 11 de agosto de 2012

Cronicas del dia Z # 2

"Las crónicas del día Z" (Segunda parte)
El infierno de Dante ha terminado, una escopeta lo liberó de sus miedos. Pero la pesadilla continúa para otros sobrevivientes al Apocalipsis…

El Cerebro humano es sumamente complejo. Los recuerdos más profundos pueden asaltarlo en los momentos más insospechados, en las situaciones más inconvenientes. El cerebro ejerce tal poder en el cuerpo, que a veces, puede hacer que se mitigue el dolor físico, o puede aumentarlo en gran medida. Los recuerdos pueden ser peligrosos, los recuerdos pueden matar.

RECUERDOS DOLOROSOS

Ana María era una mujer muy vivaz y alegre. A sus 40 y tantos, siempre tenía una sonrisa en el rostro. Eso la hacía ver muy atractiva. Su cuerpo atlético, producto de una dieta balanceada y ejercicio diario hacía que luciera 10 años más joven. Desde que su amado esposo murió, más de un hombre había mostrado interés en ella, pero a ella no le interesaba hacer caso a sus atenciones. Cuando enviudó, se consagró a su hijo, Manuel, que tenía apenas 2 años. No era algo común en una mujer de su edad, ella tenía apenas 20 años, pero siempre se ha caracterizado por la sobriedad de sus decisiones.

Ahora, Manuel ya había formado su propia familia, estaba felizmente casado, esperaba el nacimiento de su segundo hijo. El primero, Edgar, era la viva imagen de Manuel, apenas tenía 4 años, y era muy obediente. Su esposa, Karina, una hermosa veracruzana, lo amaba con locura, y se llevaba tan bien con Ana, que también la llamaba Mamá.

Ana María era una mujer metódica, y aquella fresca mañana de septiembre no sería la excepción. Todos los días se levantaba a las 6 de la mañana, hacía un poco de ciclismo en una bicicleta fija que tenía en su habitación, mientras veía las típicas noticias de la mañana: Precio del petróleo a la alza; economía mexicana, de mal en peor; Enfrentamiento de narcos y policías deja varios polis muertos; funcionarios políticos acusados de corrupción; y el clima en el país es…

Las noticias habían cambiado. Una noticia bloqueó los informativos, detuvo al mundo. Disturbios a nivel global. Ningún patrón, ninguna explicación, nada.

Lentamente fue bajando de la bicicleta para subir el volumen del televisor. No se necesitaba ser un genio para percibir la clara censura mediática. Gente huyendo del lugar de los hechos algunos heridos de gravedad, luego grupos de policías corriendo en dirección contraria. Luego regresan corriendo los polis, pero ahora son menos, y algunos están visiblemente heridos. Luego corte de escena.

El conductor del noticiero no sabía que decir. Escenas escalofriantes, no por su contenido, sino por la visible falta de este.

No hay información. Solo se sabe que es algo realmente grande.

Las semanas siguientes no fueron nada tranquilizadoras. Las escenas fueron repitiéndose en diferentes partes del globo. Debido a que Estados Unidos fue de los primeros en aparecer afectado por ese repentino ataque de demencia, México se fue invadiendo poco a poco de sus propios problemas.

Unos días después de que empezó toda esta locura, Joaquín López Dóriga junto con Javier a la Torre, se instalaron en el set de noticieros de alguna de las dos cadenas y estuvieron transmitiendo bloques informativos cada media hora para informar lo que ocurría a nivel mundial. Explicaron que gran cantidad de los empleados de las cadenas no estaban llegando a trabajar. Así que estaban transmitiendo en un set improvisado, donde habían llevado todo lo que podían de equipo en helicóptero.

Desde esa improvisada instalación, María pudo obtener la escasa información que se colaba a la censura que había sido impuesta por el gobierno. Se enteró que en otras naciones montaron refugios para los civiles; También se enteró que se trataba de una especie de enfermedad o intoxicación no bien identificada.

Hasta que la verdad fue revelada.

La mente racional de Ana María se negaba a creer lo que estaba viendo y oyendo.

Durante lo que fue el último día de transmisión televisiva, A la Torre transmitió desde el techo de las instalaciones en las que se encontraba. Su rostro revelaba miedo, y desesperación. Su camisa estaba arrugada y cubierta de sangre, aunque, por lo que dijo no era suya. Mencionó que algunas centrales nucleares de Estados Unidos, Alemania, Rusia y España habían liberado material radiactivo debido a la falta de mantenimiento. Mencionó que los refugios instalados en Estados Unidos, España, Inglaterra, habían caído ante el ataque de los salteadores. Mencionó que los salteadores estaban muertos, pero eso no les impedía caminar. Algún experimento, algún arma biológica, el día del Juicio, nadie lo sabía. Pero ahora ya estaban por todo el país. Hacía apenas unos momentos que acababan de irrumpir en las instalaciones del noticiero. Matando a todos los que encontraron a su paso, apenas el locutor y un par de camarógrafos se habían salvado. Luego de despidió muy profesionalmente, deseando la mejor de las suertes a los posibles sobrevivientes.

Luego, la transmisión se cortó.

La palabra “imposible” rebotaba en cada una de sus neuronas. Sonaba como una especie de película de clase “B”, como si un moderno Horson Wells gritara en televisión que llegan los marcianos, pero con los efectos especiales de la mejor producción Hollywoodense, parecía muy real, tan real que asustaba. Los días anteriores, su vida trascurría casi normal. Iba a trabajar, de compras, a casa de Manuel. Pero, no veía nada extraño.

La gente estaba igual de asustada que ella, pero no había grupos de contingencia, ni efectivos militares, ni zombies en las calles. Solo un ambiente de gran tensión y miedo. Por las noches, oía lo que parecía ser disparos en la lejanía pero se convencía a si misma que era su imaginación.

Pero ese día, ese preciso día en que dejaron de transmitir las cadenas de televisión, percibió la magnitud de la montaña que se le venía encima. Sin embargo, ya era muy tarde.

Empezaron los sonidos de disparos a lo lejos. Ana María se quedó quieta, muy callada, como esperando que con eso todo desapareciera como por arte de magia. Pero no fue así. Los sonidos de disparos se fueron acercando. Luego los gritos. Los coches a toda velocidad por la avenida, algunos manchados de sangre, y con claras abolladuras en la tapa del cofre y en el toldo, como si hubiesen arrollado a un animal, o algo así.

Ana María comenzó a maquinar un “plan de defensa”. No tenía armas, ni sabía luchar. Pero comenzó a buscar algo para apuntalar la puerta. La mesa del comedor era de madera de cedro, y las patas eran lo suficientemente resistentes como para sujetar bien la puerta, solo necesitaba unos clavos y un…

El martillo se lo había llevado Manuel. Manuel, casi se había olvidado completamente de su hijo y sus nietos. Los disparos resonaban ahora en las cercanías, los gritos casi siempre iban después. Un sudor frío fue escurriendo por la espalda de Ana María:

“El amor de una madre puede más que el miedo”. Se dijo a si misma mientras recordaba a su pequeño Manuel asustado por una gran araña, aunque ella también tenía aracnofobia, con esas palabras se había convencido de que lo más importante era proteger a su hijo.

Bajó a toda velocidad las escaleras, abrió la puerta que daba a la calle y buscó con la vista su auto. Un viejo tsuru II blanco. Los gritos se oían claramente en las cercanías a su edificio.

Corrió tan rápido como pudo hasta él. Tuvo el suficiente temple hasta ese momento como para desactivar la alarma, que Manuel había mandado ponerle. Luego, subió rápidamente y le dio marcha.

Recordó el viejo gato hidráulico que tenía bajo su asiento, recordó que tenía un tubo que servía de palanca, y sin apartar la vista del camino, buscó a tientas el escurridizo tubo.

Como arma no era la gran cosa, pero era mejor que nada.

Estuvo a punto de chocar en tres ocasiones. La histeria se estaba apoderando de la ciudad. La locura cabalgaba a lomos de viento por doquier. Gente gritando corría en todas direcciones. Lo que hasta hace unos días era solo un ambiente tenso, ahora era un maremágnum invadiendo las aceras. Gente, gente y más…

Unos gritos la hicieron detenerse y voltear a la izquierda.

No eran iguales a los gritos de terror del resto de la multitud, estos eran gritos de dolor.

No fue difícil encontrar el punto de origen de los gritos. La gente huía del lugar como loca. En la esquina, un hombre forcejeaba en el suelo con una mujer, la mujer tenía la espalda ensangrentada, estaba tirada de bruces en el suelo, tratando por todos los medios de soltarse de ese agarre mortal, pidiendo auxilio con todas sus fuerzas, mientras aquel sujeto le arrancaba pedazos de carne de la espalda. Desde diferentes puntos se acercaron otros tipos igual de ensangrentados, tambaleantes, muertos, a terminar con la chica, y con el festín. De momento los gritos cesaron. De entre aquella orgía de sangre, se levantaron aquellos sujetos, tan muertos como se creía.

A todos se les veía mutilados en diferentes partes. A uno de ellos le faltaba la mitad de la cara, a otro, un brazo, a uno lo habían destripado hasta el grado de que el lugar donde debió estar su abdomen ahora era una cavidad sangrante, en donde se podía ver algunas vértebras de su zona lumbar, pero sin señales de donde podrían estar sus intestinos.

Ana estaba en Shock, sin poder reaccionar. No fue si no hasta que la mano de uno de esos seres golpeo la ventanilla de el coche de Ana, que ella pudo volver a tener conciencia del todo.

Estaba sola. La calle había quedado desierta. Toda la gente había huido del lugar, pero había algo diferente en aquel momento. Ya no se oían gritos en la lejanía, ni disparos, ni autos, solo silencio.

¡BAM! Otro gran golpe en la ventanilla, hizo vibrar el cristal, y a Ana. Arrancó y tan rápido como pudo se dirigió hacia una de las orillas de la ciudad. En el trayecto pudo ver como aquella infernal escena que acababa de presenciar se repetía de manera enfermiza. Por doquier divisaba a gente siendo devorada. Cadáveres deambulando por ahí. Algunos trataban de seguir su auto. Gente subida en los techos, accidentes automovilísticos, zombies lisiados, atropellados en la huída, y apenas algunos sobrevivientes corriendo en las calles, huyendo de sus putrefactos cazadores.

Ana aceleró a tal punto que atropellaba a todo no muerto que se le atravesaba. Les tenía odio, y no perdía oportunidad de echarles encima su auto, ya maltrecho y medio destrozado. Su parabrisas salpicado de sangre, apenas y le permitía ver siluetas, y casi atropella a un sobreviviente con una espada que escapaba de una de las esquinas, y que se quitó de un salto cuando el auto pasó a escasos centímetros de él. Ana María estuvo tentada a detenerse y pedirle ayuda, pero el solo pensar que su hijo podía estar sitiado en su casa, le hizo desistir. El desconocido podría necesitar ayuda, pero si hijo era más importante.

Al dar vuelta en una esquina pudo ver la casa de su hijo. Desde la ventana del tercer piso colgaba una gran manta que decía “AYUDA”. Un alivio la llenó al ver aquel letrero. Seguramente su hijo estaba bien, había apuntalado la puerta, pero en cuanto la viera llegar, la dejaría entrar y entonces esperarían hasta que la ayuda llegara.

A detenerse frente al portón que daba a la calle, pudo ver cientos, miles de pisadas marcadas entre sangre medio coagulada circulando de un lado a otro frente a la casa de su hijo. La puerta del frente, estaba desencajada del marco, y las pisadas, iban y venían también en el interior.

La sensación de Ana fue cambiando de alivio a preocupación nuevamente, y un terrible e irracional miedo fue haciendo que su mandíbula inferior temblara espasmódicamente. Las pisadas conducían hasta las escaleras, subían a la segunda planta, cientos de manos pintaron con sangre la pared que subía con la escalera, manos grandes, y manos pequeñas. Arriba, también había sangre por todos lados, pero todas las pisadas se arremolinaban en donde debió estar la siguiente escalera. Una hermosa escalera de madera que conducía hasta el tercer piso. Un ático que Manuel había convertido en bodega, y jardín interior. La escalera había sido derribada. Cortada a hachazos desde arriba.

Un rayo de esperanza iluminó el rostro de Ana. Tal vez Manuel estaba bien, escondido junto con su familia en el tercer piso.

Lo llamó en tres ocasiones. Las tres sin respuesta. Volteó hacia los lados para buscar algo con que subir a ese ático cuando desde arriba, algo semejante a un siseo la hizo voltear nuevamente. Era como si a alguien le costara trabajo respirar.

Buscó entre las habitaciones superiores algo para poder trepar. En su mente imaginaba cientos de posibles causas del por que no había respuesta. Tal vez está en shock, o desmallado, por eso le cuesta respirar. O está sufriendo un infarto. Pero ¿todos al mismo tiempo?

No había tiempo para dudar nada. Empujó un buró hasta que estuvo debajo de la salida de la escalera, subió al buró y de un salto alcanzó lo que alguna vez fue el primer peldaño, y con mucho trabajo pudo por fin trepar.

Lo que alguna vez fue el jardín interior de Manuel ahora estaba todo regado por el suelo. Comenzó a llamarlo pero otra vez no hubo respuesta, pero ese siseo, esa respiración entrecortada continuaba.

Al acercarse hasta donde aquel sonido salía no pudo evitar que las imágenes terribles que había presenciado afuera le llegaran a la mente, pero, entre todas esas, pudo recordar cuando Manuel dio sus primeros pasos, cuando aprendió a andar en bicicleta, cuando le presentó a su primera novia y cuando le presentó a Karina, cuando le dijo que sería abuela y…

Dio la vuelta a un enorme macetero y entonces lo vio.

Era Manuel, y Edgar, arrodillados encima de Karina, ella tenía el pecho abierto, y una enorme herida en el cuello, aun vivía, pero no le quedaba mucho, su vientre, sus 8 meses de maternidad estaban desparramados por el suelo, en una mezcla de sangre y líquido amniótico, aun pudo dirigir la mirada hacia Ana María, aun pudo verla por última vez.

Edgar fue el primero en voltear, de las comisuras de su pequeña boca escurría la sangre de su madre, y la mitad de su cara estaba llena de coágulos. Al ver a Ana, castañeó los dientes como un animal rabioso. Tenía una mordida grande en su pequeño hombro, la misma que había llenado de sangre su pijama de ratoncitos.

Luego volteó Manuel. Su rostro tenía una pequeña mordida en la mejilla, también en el cuello, y en la mano. El rompecabezas se armó en la cabeza de Ana. Los atacaron en la planta baja, su hijo fue mordido, luego, su propio hijo lo había mandado al infierno. Luego entre los dos habían devorado viva a Karina, y ahora…

Ambos se incorporaron, con pasos rápidos se abalanzaron hacia Ana. Ella no podía reaccionar, los recuerdos de la infancia de su hijo le venían a la mente, verlo jugar, reír, correr.

Cuando por fin reaccionó trató de dar la vuelta pero el pequeño engendro se le prendió de la pierna, al sentir las cadavéricas y frías manos del pequeño algo ocurrió dentro de Ana.

Ya no pudo correr, ni luchar, nada.

Al sentir al pequeño sujetado a su pierna los recuerdos de Manuel sujetándola de la pierna para que no fuera a trabajar, o para que lo llevara al parque le inundaron el cerebro, las lágrimas sus ojos. Luego cuando lo que alguna vez fue Manuel la abrazó por atrás se sintió otra vez en el pasado. Lloraba, no por que un monstruo le estuviera devorando la pierna, ni por que otro le arrancara pedazos de carne del cuello, ella ya no quería luchar, ella se dejó matar. Lloraba por los días felices, lloraba por su hijo. Lloraba por esos dolorosos recuerdos.

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