sábado, 11 de agosto de 2012

Cronicas del dia Z # 1

“Z”[Primera parte]
EL INFIERNO DE DANTE

En la sombría decadencia del género humano, se escribieron las palabras de un sobreviviente. En la extinción de la especie dominante en este planeta llamado “tierra” hubo un hombre que luchó por su propia existencia. Cuando la muerte se tragó la vida, cuando la realidad se volvió mas aterradora que la ficción, cuando lo que parecía imposible sucedió. Cuando los muertos caminaron por la tierra.

Todo comenzó un día normal de septiembre, un día normal.
Noticias acerca de disturbios a nivel mundial llenaban los titulares de los principales medios informativos.
Imágenes y cuadros llenos de censura eran presentados en los noticieros, pero algo andaba mal.
Una mente perceptiva como la mía notaba que algo andaba mal.
No me considero un genio. Pero no hacía falta serlo para notar que algo andaba jodidamente mal.
No había patrón en todos los casos, ni motivos, ni heridos, solo muerte y censura. La taza de muertes en los lugares donde se presentaban esos casos, mostraba que las bajas eran cuantiosas, y la movilización militar, esa extraña movilización militar acudiendo a enfrentar a un grupo de manifestantes. Como comenzó, nadie lo sabe. Donde inició, es un misterio.
Que es con exactitud, solo hay especulaciones. Algunos piensan que es el brote de algún virus, reservado para arma biológica en alguno de los laboratorios ocultos de las potencias mundiales.
Otros más aferrados a su fe piensan que es un castigo divino, el juicio final. Yo desde el principio choqué con ambas teorías.
Ni siquiera el más loco de los gobernantes, ni siquiera el más enfermo de los militares, podría crear algo tan aberrante como esto. Aunque no se donde esté Dios, ni por que no ha actuado, considero que ningún pecado de la humanidad, requiere semejante castigo divino. Ninguno. Pasaron 15 días, 15 días llenos de temor, angustia, miedo.
Al final, las imágenes se colaron, y a nivel mundial, en los lugares como el mío, en el que para entonces aun había señales de vida, se pudo ver lo horriblemente absurdo de la realidad. Los muertos no que quedan muertos. Los muertos caminan.
Y tratan de acabar con los vivos.
Todo fue tan súbito que no dio tiempo de organizar refugios, ni movilizaciones. Después de la primera semana, los servidores de Internet habían sido reducidos a apenas unos cuantos funcionales.
La línea telefónica estaba muerta, sin duda alguno de los accidentes producidos por el éxodo masivo de personas que buscaban un lugar seguro, y que terminaron sus días estrellados contra algún poste. La telefonía celular sigue funcional, y seguirá hasta que los satélites dejen de funcionar por falta de mantenimiento.
De cualquier modo, no hay energía eléctrica para recargar las baterías de los celulares, y, a estas alturas no hay nadie que conteste.
Por suerte alguien fue lo suficientemente listo como para desconectar la planta nuclear de Laguna verde, que no está muy lejos de esta ciudad en la que estoy, en la sierra norte de Puebla, ya que, de otro modo, el desastre hubiera sido mucho mayor. En las últimas horas en que hubo transmisión televisiva, se supo que varias centrales nucleares de España, Rusia, y Estados Unidos, repitieron la historia de Chernóbil, a causa de que, los que alguna vez se encargaron de mantenerlas en buen estado, o estaban muertos y deambulaban por ahí, o habían huido, presa del pánico, como los escasos supervivientes que a esas alturas aun quedaban.
Y entre los cuales me cuento. Todo ocurrió tan rápido, para cuando todos se dieron cuenta, las calles de las principales ciudades ya no eran seguras. Me costaba trabajo aceptarlo, pero los zombies existían, y estaban diezmando a los seres humanos. Los zombies pululaban por doquier, y hordas de ellos irrumpían en las casas que daban señales de estar habitadas, asesinando y devorando a cuanto ser vivo hallaban dentro.
Algunos “valientes” trataron de salir a hacerles frente, salían tratando de abrirse paso, con pistolas, con escopetas, los más ilusos, con bates y machetes. Desde la ventana de mi casa, pude ver por varios días a uno de ellos, aun con su cartuchera colgada a la cintura, con el rostro desfigurado a mordidas, sin un brazo, y con la caja torácica abierta en canal, arrastrando sus lacerados intestinos por el asfalto, caminado de arriba abajo, buscando carne viva. Parecía una tontería lo que se decía al principio.
Que estaban vivos, solo enfermos. Que era un estado intermedio entre la vida y la muerte. Que era gente enajenada.
Yo creo en lo que veo, y se que una persona viva, no puede caminar con un disparo de escopeta en el pecho, o con dos balas de pistola alojadas en su estómago, o con el cuello destrozado por mandíbulas humanas. Al menos algo de lo que se especulaba era cierto, y ahora, todas mis teorías con respecto a esas criaturas están basadas en la cultura y mitología populares. De verdad caen con una bala en la cabeza.
De verdad la cabeza sigue funcionando aun cuando se haya separado totalmente del cuerpo. De verdad están muertos.
Yo me estaba volviendo loco, ahí encerrado en mi casa, sin poder hacer mucho ruido, ya que sabía que si se percataban de mi presencia, tratarían de entrar para matarme, y tarde o temprano lo lograrían.
Solo los veía sigilosamente desde mi ventana. Veía como daban vueltas de un lado a otro. Como marchaban torpemente con sus cuerpos maltrechos. Con sus ropas acartonadas por su propia sangre o la de otros.
Como su vacía mirada se encontraba perdida en el horizonte y lo que alguna vez fueron su iris y su pupila, ahora estaba casi blanco, no se si por cataratas o por la putrefacción, o alguna asquerosa materia las había cubierto. Como su piel pálida y con tonos azulados, resaltaba como el vientre de un pez en las noches con luna. Y esos gemidos, esos lastimeros gemidos provocados por quien sabe que.
Había de todo. Hombres, mujeres, niños. Todos con algún tipo de herida en el cuerpo.
Pero lo más perturbador era ver a los niños. Siempre eran los más maltrechos.
A la mayoría le faltaba algún miembro. Algunos estaban tan maltratados, que hasta a un forense le hubiese costado trabajo identificarlos.
Yo por mi parte, traté de pasar desapercibido cuanto pude. Puse a mi alcance una vieja escopeta de caza, calibre 16 de un único disparo, todos los cartuchos que tenía, que eran como 12, y una ballesta pequeña, para caza menor, pero con suficiente potencia como para atravesar el cráneo de esos engendros, con unos 20 dardos.
Al principio, debido a sus lentos movimientos, estaba decidido a salir a hacerles frente, pero después pude ver algo que me hizo meditar y detenerme a pensar mis movimientos. Un vecino, como a 3 casas de mi, salió con su escopeta, una mossberg de relámpago, calibre 12, la conocía bien por que en varias ocasiones había salido con él de cacería.
En fin, solo disparó tres veces. Luego oí varios gritos, luego pude escuchar a su hermano gritándole, y oír varios disparos de pistola.
Todos los seres que estaban circulando enfrente de mi casa, se dirigieron como hormigas en dirección a aquel alboroto, de primera impresión parecían bastante lentos, pero no lo eran, podría jurar que vi que los que no tenían ninguna herida que se los impidiera, caminaban a paso veloz en dirección a aquel festín.
Otros, con clara heridas que se los reprimía, solo podían avanzar como ebrios.
Incluso pude ver que se acercaron otros de otras calles, de igual modo, algunos a toda la velocidad que les permitían sus podridos cuerpos, otros arrastrándose como los hediondos cadáveres que eran.
Pude oír los gritos del resto de la familia de esos dos infortunados.
Y los días siguientes, vi al hermano de mi vecino, circulando por esa calle, tal como lo describí antes.
Por las mañanas, acostumbraba subir al techo de mi casa a divisar los alrededores con mis binoculares.
En el resto de la ciudad, se podía ver humos en diversos puntos. De algunos techos colgaban lonas o sábanas con mensajes de auxilio.
También podía ver a personas, y a no muertos, caminando por el techo de otros edificios. Incluso había un sujeto, subido en el techo de una pequeña tienda, que también oteaba el horizonte y que me hacía señas con una espada sacada de quien sabe donde, pobre tipo, da igual donde estés, no pienso ni puedo ayudarte, de todos modos, no vas a vivir mucho. Las calles están infestadas de no muertos.
Y algunas puertas están siendo aporreadas por hordas de esos seres. Una escena sacada del infierno.
Fue aquí donde vino mi error. Fue entonces cuando la vi. Era una niña, la hija de mi vecino, ese que habían asesinado días antes.
No se como se las había ingeniado para sobrevivir. Donde se había ocultado o que la había impulsado a salir de su escondite.
Muy probablemente el hambre, o la desesperación. El punto es que ahí estaba, famélica, pálida y asustada, corriendo entre cadáveres ambulantes. Pidiendo ayuda. Instintiva e irreflexivamente grité, ese fue el terrible error.
La niña volteó en mi dirección, y fue entonces cuando la atraparon. Que horrible espectáculo siguió entonces.
La despedazaron ahí mismo. Pero aquel grito también selló mi destino, entonces fue cuando se dieron cuenta de que yo estaba ahí. Un numeroso grupo de esas cosas comenzó a aporrear mi puerta, se que no resistirá demasiado. Los minutos ahora pasan lento para mí. Puedo oír como golpean la puerta de metal.
No tardarán mucho en derribarla, se que no podré con todos, por eso, he optado por no darles el gusto de matarme a mi Dante Valera Estrada, no quiero que mi cadáver camine por ahí, como un cuerpo podrido y sin alma…Puedo oírlo, ya la han derribado, oigo sus torpes pasos subiendo las escaleras.
No tardarán en llegar hasta esta puerta de triplay que divide mi habitación del pasillo.
Podría tratar de subir al techo, pero solo sería atrasar lo inevitable. Puedo oír que el primero ya chocó contra mi puerta.
La ha derribado de un golpe, es una mujer, no tengo tiempo de describirla, solo diré que el sabor a pólvora que tiene el cañón de mi escopeta es sinónimo de que en unos segundos podré salir de este, mi infierno, por fin podré experimentar algo que ellos no han podido…
 Paz...

No hay comentarios: