sábado, 11 de agosto de 2012

Cronicas del dia Z # 9

Las crónicas del día Z
parte 9

Almárraga cedió ante el miedo, prefirió una bala en su sien a enfrentar sus temores. El destino de Valeria y compañía se verá a continuación.
La historia está apundo de llegar a su fin.

Salida Fácil

La mar rompía estridente contra los muros de San Juan de Ulúa, los relámpagos ensordecedores de la tormenta que había acompañado aquella tarde desde su comienzo iluminaban la noche con su imponente belleza. La desolación y la muerte se hacían patentes en la ciudad de Veracruz, mas no el aquella milenaria fortaleza, ahí, entre las sombras la muerte reinaba con sus incansables súbditos, los no muertos.
Aquellos pútridos peones caminaban de un lado a otro esperando el momento en que Vale y su tropa saliera de aquel húmedo calabozo que les había servido de escondite. Cientos de manos arañaban y golpeaban aquella sólida puerta de madera que dividía a los vivos de los zombies, y que a cada tanto se iluminaba a travéz de la estrecha ventanilla que les permitía ver la estruendosa tormenta.
Valeria había terminado de contar su vida, su anécdota de viaje casi al mismo tiempo en que Almárraga se volaba los sesos a unos kilómetros de allí, Valeria no sabía acerca de los simios, solo sabía que aquel que los había salvado, y que había recorrido solo la república por encontrar a una chica temía a algo, a un aullido lejano que anunciaba la muerte. Pero la frustración de Valeria venía de no haber ayudado a Blasco y a sus amigos cuando pudo, de no haberlo acompañado a él, en vez de quedarse con Almárraga.
Los muchachos también estaban impacientes, y la pierna de Agustín seguía pulsándole como si fuera perforada con clavos. Ricardo, Marcos, Sergio, Guillermo y Antonio temblaban de frio, la lluvia había empapado sus ropas y ahora calaba hasta los huesos. Valeria seguía contemplando aquella vieja espada incluso cuando terminó su relato.
La muerte tras la puerta continuaba con sus lastimeros gemidos y golpeando contra la portezuela se hacía notar cada tanto. Salidas, si acaso había, eran pocas, hasta ahora la favorita era el cañón de la Glock, una Glock que aun olía a aceite y que recién había disparado despues de no ser usada por 20 años.

-Espero que no me odien por haberlos traído a esta búsqueda tan personal. Es solo que pensé que podía encontrar a María, o a el hijo de Blasco y pedirle disculpas por no haberlos buscado, por haber creído en Almárraga, por pensar que estaban muertos, que era una locura lo que habían hecho -Valeria nuevamente cedió a las lagrimas.
-No tienes que disculparte, cualquiera de nosotros hubiera hecho lo mismo -dijo Marcos mientras se volvía a ver a sus compañeros. Pero sigo sin explicarme que pudo haber pasado aquí, estos cuartos parecen sólidos, por que no había supervivientes en este lugar. Como fue que un lugar como este pudo ser invadido por los no muertos.

Ricardo se levantó y comenzó a hurgar entre su mochila. El arquero sacó un viejo machete, pequeño pero afilado y se dirigió hasta la ventanilla.
Esta era reforzada con barrotes para que cumpliera el objetivo con que había sido construida, tenía también una estructura de madera en los lados, que aunque sólida por ser de roble, podría ser que fuera su punto vulnerable.
Con todas sus fuerzas comenzó a golpear con el filo del machete, haciendo cortes superficiales a la madera.

-Espera -dijo Valeria- quien sacó un machete mas ligero de su mochila -déjame que yo lo intente.
Poniendo manos a la obra, la mujer puso su machete fijo, contra el madero, y luego, con otro de los leños que encontraron en aquel calabozo, comenzó a dar golpes en el contrafilo del machete, dando fuerza y contusión a la hoja y sacando bocados de virutas.

-¿Para que es eso? -se acercó Guillermo.

-No es obvio, -dijo Antonio- están creando una salida.

-Es muy lista, Valeria -Dijo Ricardo.

-Esto me lo enseñó Blasco, cuando uno no tiene suficiente fuerza, puede usar el peso como ayuda.

Luego de unas horas de arduo trabajo y de cambiar de turno, consiguieron desencajar aquella estructura de madera, que, para su suerte, contenía los barrotes.
Al parecer habían sido cortados con una segueta tiempo antes. Idea de los supervivientes sin duda alguna. Pero el por que de su colocación no tenía sentido.
La caída era de unos seis metros hasta el borde de la fortaleza. La cuerda para el descenso la tenían, pero no había forma de llevarse a Agustín con ellos, pues al enfriarse su pierna, le producía un dolor que le impedía caminar. Además estaba el asunto de esquivar a los no muertos. Pero se arriesgarían, si no podían salir, quedaba la posibilidad de escalar de nuevo la cuerda e intentarlo cuando pasara la tormenta.
-Esto va a ser difícil -dijo uno de ellos mientras se asomaba al exterior.
-Sabes, Blasco me dijo una vez que no hay salidas fáciles -dijo Valeria mientras extendía hacia él la cuerda anudada que les serviría para escapar. Dentro del calabozo no había nada con que atar la cuerda, pero pensaron en arrojarlo hacia el techo, desde la ventana, considerando que uno de los leños le serviría de ancla. Entablillaron como mejor pudieron la pierna de Agustin y, rogándole que aguantara el dolor, se dispusieron a salir por la ventana.

Guillermo se asomó por la ventana, sostenido por los pies por Ricardo, y con todas sus fuerzas arrojó el leño hacia el piso superior. No se oyó cuando cayó, pero mientras lo arrastraba por el suelo, producía el típico sonido de la madera, finalmente, un sonido diferente, mas sordo, les hizo saber que había chocado con algo. Tiraron de él un par de veces para asegurarse de que era sólido y, una vez convencidos, se dispusieron a bajar. Guillermo y Ricardo por delante. Los dos emisarios ya casi llegaban al suelo cuando Valeria salió por la ventana, luego Antonio la siguió torpemente. Cuando este ultimo levantó el rostro para atrapar algunas gotas de lluvia con la lengua fue cuando lo vio.
Una robusta y pesada figura los contemplaba desde el quicio del piso superior. La grotesca criatura debió haber estado cubierta de pelo en un tiempo, pero ahora tenía enormes partes peladas, como si la hubieran pasado por fuego en varias ocasiones. sus gruesos brazos tenían sendas heridas y la piel rasgada en varias zonas dejaban ver músculos putrefactos pero fibrosos. La criatura lanzó un terrible aullido que puso la carne de gallina de todos y luego de eso, se descolgó por la cuerda, parándose en la ventana, mientras tomaba a Antonio por la cabellera y lo levantaba, acercándolo a sus dientes.

El pobre lanzó un alarido cuando un enorme trozo de su cara fue arrancado de una dentellada. Valeria se apresuró a bajar, Antonio se retorcía de dolor, tratando de liberarse de aquel agarre mortal, mientras el simio lanzaba mas mordidas a su cara y cuello. Finalmente el joven colgó las manos, y ahogó en sangre su ultimo grito.
Una vez en el suelo, Valeria levantó el cañón de su arma para darle al monstruo, pero Ricardo se lo impidió, mas simios se enfilaron desde el techo de la construcción hacia ellos. El cuerpo de Antonio calló pesadamente luego de que fuera soltado por la bestia. El mono entró por la ventana y por los gritos se pudo entender que doblegó fácilmente a los dos infortunados.

Los otros simios, tres mas, se movieron rápidamente hacia la cuerda. No corrían, pero la marcha que llevaban entre brazos y patas, les conferían un avance digno de tenerse en cuenta. Y esa agilidad pasmosa que los hacía esquivar los obstáculos mejor que los no muertos humanos.

Los tres comenzaron a correr hacia la entrada de la fortaleza, un par de golpes sordos les hicieron saber que al menos uno de los simios había descendido rápido, ayudado por la gravedad.
-Espero que se haya roto algo, -pensó Valeria mientras corría.

Su carrera tuvo un frenado abrupto.
Por su temor a los simios habían olvidado que los no muertos estaban en San Juan de Ulua. Se toparon con ellos casi de frente al doblar la esquina. Dos simios habían descendido ya y avanzaban a paso veloz contra ellos. Valeria disparó repetidas veces contra ellos, mientras cerraban distancias, los dos varones derribaron a algunos no muertos que se adelantaron en solitario. Era ya el tercer cargador de Valeria y los monos no habían sido detenidos. Los segundos pasaban lento, y los no muertos ya estaban casi sobre ellos. Ricardo solo atinó en empujar a la mujer al agua, pensando que sus posibilidades eran mas. Valeria se vio de pronto en el mar embravecido, mientras veía como los no muertos y los simios se apilaban en la orilla de San Juan de Ulúa.

Vale estuvo horas enteras en el agua, se aferró a la popa de un barco hundido, y ahí se mantuvo hasta que cesó la tormenta, aferrando con sus manos la vieja espada. Al día siguiente, despertó con el sol ya alto. No había no muertos en San Juan de Ulúa. Al menos no a la vista.
Tampoco se veían los simios. Y, para su buena suerte, tampoco pudo ver zombies fondeando en el agua.

Nadó hasta la costa, y llegó cansada. Estuvo un rato tendida en la arena caliente, con la espada tirada a su lado. Si un no muerto hubiera llegado hasta ella en ese momento, no habría tenido ni fuerzas para defenderse.

Luego de un largo rato, se levantó torpemente y arrastrando la tibia hoja enfiló sus pasos hacia el refugio.

La caminata fue larga, pero tuvo tiempo para espabilar bien, lo cual fue de provecho, pues no fue un regreso fácil. Sola, tuvo que sortear a varios no muertos, pero tenía que llegar para informar de las pérdidas y del descubrimiento de esos simios zombies a Almárraga.

En cuanto llegó hasta el perímetro del refugio supo que algo estaba mal. No fue saludada por las señales de los vigías. No ubo espejos ni banderolas. No ubo un abrirse de las portezuelas laterales. Valeria temió lo peor, y eso fue lo que encontró. El refugio fue atacado, los zombies habían vencido.

Caminó entre las tiendas desechas, sin encontrarse a un vivo o un no muerto, solo cadáveres y DDT's, señales de lucha y flechas y bastones tirados.
Los no muertos detectaron su presencia, comenzaron a salir de todas partes, rostros conocidos y no conocidos, La rodearon y ella no se inmutó, pudo escuchar el aullido de aquellos infernales simios, y ver como empujaban a los no muertos para llegar hasta ella, pero Vale no se movió ni un centímetro.

Estaba cansada, pero sobre todo, derrotada, y ella no admitía.

Levantó su arma hasta su sien, y haló el gatillo, pero no ubo detonación. Falta de balas, el agua de mar, no reflexionó mucho en ello, soltó el arma, tomó con ambas manos la espada y, soltando un suspiro, sonrió y se dispuso a vender cara su vida, no reflexiono demasiado pues a su mente regresaron las palabras de Blasco: "No hay salidas fáciles"

-Bien, no muertos, que rueden cabezas.

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